TEXTO DE: Isabel Gomis
ALGO DE NUESTRAS
QUERIDAS MUÑECAS ARGENTINAS
Muchas lecturas pueden hacerse de la historia argentina y
una de ellas –por qué no– es a través de los juguetes. Los autos de hojalata,
las muñecas de pasta que regaló la Fundación Eva Perón a las “descamisaditas”,
los mecanos y juegos de construcción, símbolos de un país industrial y en
crecimiento.
En los cuarenta tenemos a Matarazzo, Oma, Marilú, y a fines
de los cuarenta, Mariquita Pérez, Famil, Fama, marcas de muñecas. El Pibe, un
juego de madera para armar diferentes autos. Durante los cincuenta se
impusieron los juguetes mecánicos de Vispa, los bebes Bili, la muñeca
Gracielita, Ada Rosa, juguetes de hojalata Pavi, los soldaditos de plomo
de Plombel y los Mambrú, soldaditos con armas removibles. En las décadas del
sesenta y setenta se impusieron los autitos Buby, Duravit, Gorgo, mientras que
entre las muñecas de plástico fue el apogeo de Piel Rose, Rayito de Sol, Esma,
Ideal, Miluplast, Yoly Bell.
La industria del juguete argentina nació cerca de 1890, pero recién
"hacia los años '40 se puede hablar de su verdadero surgimiento", según el Centro de Estudios de Producción (CEP). Antes de esa década la mayoría
de los juguetes eran importados, aunque se
producían localmente rodados, juguetes de cartón-papel y muñecas. La
Segunda Guerra Mundial frenó las importaciones y permitió generar "el
típico proceso de industrialización por sustitución de importaciones".
Así, mientras hacia 1935 había 41 fábricas de juguetes, en 1947 se registraron
259. Otro reflejo de la importancia creciente del sector fue que en 1945 se
fundó la Cámara Argentina de la Industria del Juguete.
Lo que no es tan público, es que el Estado tuvo mucho que ver con la
consolidación del sector: el gobierno peronista distribuyó masivamente
juguetes nacionales a través de la “Fundación Eva Perón” y en 1947 dispuso que
para las fiestas de Navidad, Año Nuevo y Reyes, todas las jugueterías del país
tuvieran "juguetes económicos" en sus estanterías.
Ya en el Censo Económico de 1964 figuraban 308
establecimientos y puede decirse que en las décadas de los 60 y 70, la mayoría
de los juguetes era de producción nacional.
Pero no despegó. La
"tecnificación" consistió en comprar
matricería en desuso en Estados Unidos y Europa y copiar modelos o tener
licencias de productos extranjeros.
En 1976, la política económica de la Dictadura
provocó un fuerte ingreso de productos importados y el cierre de muchas
fábricas locales. En los '80 "se produjo la llegada de marcas
internacionales importantes bajo la forma de asociaciones con fabricantes
locales", destaca el trabajo del CEP. Y dice que "se comenzaron a
producir localmente los personajes de La Guerra de las Galaxias y de otras
series como He-Man y G.I.Joe".
Con la apertura de los '90, sobrevino "un
nuevo cimbronazo" en la industria. Tanto, que no sólo hubo cierre de
fábricas, sino que "la imposibilidad de competir con los productos
extranjeros" provocó directamente que se profundizara "el proceso de
reemplazo por importados, impulsado en buena medida por la entrada de filiales
comerciales de importantes transnacionales".
Si bien durante la segunda
mitad de la década de 1930 el proceso de sustitución de importaciones había
acelerado el surgimiento de fábricas y de pequeños talleres, gran parte de los
juguetes que circulaban en el país hasta 1940 seguían siendo extranjeros. La
escasez de canales de distribución que abarcaran el territorio nacional y de
comercios específicos que favorecieran las ventas durante todo el año -y no
solo en el período de fiestas-, además, por supuesto, del precio, restringían
el acceso a los juguetes de amplios sectores de la población. Recordemos que
hasta aquel entonces los juguetes eran considerados artículos de excepción, aun
de lujo, y no solían formar parte de la vida cotidiana de la mayoría de los
niños.
Para que esto empiece a
cambiar han de combinarse varios factores que alimentan una transformación
paulatina aunque fundamental. Nuevas tendencias en la crianza y en el modo de
concebir las necesidades infantiles se suman a la creciente disponibilidad de
los juguetes mismos como consecuencia directa, entre otros motivos, del
estallido de la Segunda Guerra Mundial. La disminución de juguetes importados
en el mercado nacional permitió que la industria que venía desarrollándose en
forma incipiente florezca y se expanda rápidamente entre 1940 y 1946. Este
crecimiento se advierte en los datos de los Censos Industriales. En 1935 había
41 establecimientos dedicados a la fabricación de juguetes; para 1947, la cifra
trepaba a 259: se habían sextuplicado respecto del total de fábricas del país.
En 1945 se funda la
Cámara Argentina de la Industria del Juguete (CAIJ) que reúne tanto a
industriales como a distribuidores y edita la revista Juguetes, publicación
mensual con noticias, publicidad e información general del sector. Esta
organización progresiva del gremio promueve la instauración de medidas legales
específicas gracias a las cuales esta industria logra consolidarse. Los
alcances de estos grandes cambios no tardaron en reflejarse en las vidrieras de
tiendas, bazares y jugueterías. Bebilandia, la fábrica creada por Alicia
Larguía para suplir a la Marilú que ya no conseguía importar, inicia una larga
y variada producción de muñecas de todo tipo en la que también se destaca
Bubilay. A principios de 1940, FACI (Fábrica Argentina de Celulosa
Industrializada), la firma de los hermanos Carlos y Roberto Manso y Alberto
Picot promociona intensivamente sus malcriados Cholito y Cholita. En la ciudad
de Mercedes, Arturo Chillida y su familia elaboran refinados malcriados y
bebés, así como también un gran surtido de piezas sueltas para abastecer a las
clínicas de muñecas de todo el país. En 1944 nace Famil, una de las fábricas
más pródigas de la época, puesto que llegó a ofrecer hasta 250 modelos de
muñecas resistentes y livianas elaboradas en pasta de aserrín prensado.
Es también en estos
primeros años de 1940 cuando alcanzan fuerte presencia en el mercado los
singulares autos y camiones de madera desarmables El Pibe, producidos en el
taller de tornería mecánica que Curvenaldo Laratro había establecido diez años
antes. Hacia 1942, Loreto Ranalletta, Vicente Carrino y Francisco Bercesi
manufacturan caretas de papel maché y juguetes en un pequeño taller de La
Plata, que se transforma rápidamente en IJA (Industrial Juguetera Argentina) y
llegó a contar con una importante línea de muñecas de pasta.Por otra parte,
durante la primera mitad de la década Enrique Iaffe y Alfredo Pinner
desarrollan una amplia gama de juguetes de metal, madera, papel y cartón con
sus marcas: Kip Metal, El Chiche, La Victoria, Pinplast y María Antonieta.
En 1942 Sergio Timone
concibe El Cerebro Mágico, lo produce con Balbachán, a quien finalmente lo
vende; luego se asocia a Ema del Giorgio para fundar Bili, de donde surge uno
de los muñecos más encantadores de nuestra industria: el Bebé Bili.
En el mundo de las
miniaturas de plomo, irrumpe en 1944 uno de los juguetes clásicos del período:
la autóctona Granja de Don Fabián, creada por Ezio Guggiari para su marca EG
Toys.
En 1945, la firma
rosarina Herchamet dio origen a la marca Uno. Sus camiones y autos de madera
desarmables conjugan, al igual que los ya mencionados de El Pibe, un alto nivel
de resolución técnica, excelente factura y diseño.
Mientras tanto Matarazzo
instala depósitos en el interior y mediante una agresiva política de
comercialización --que se verá favorecida por ciertas regulaciones del
gobierno, como la que obligaba a los comercios en época de fiestas a disponer
de "juguetes económicos"-- llega hasta los lugares más remotos del
país.
En 1946 tiene lugar un
hecho inédito: el gobierno peronista establece, como parte de las políticas
destinadas a la infancia, el reparto masivo de juguetes. Los juguetes entran
por primera vez en muchos hogares, y la demanda estatal que se renueva cada año
impulsa el desarrollo de la industria.
Este vínculo fundacional
entre políticas públicas, infancia y juguetes promovió, como sabemos, a los
niños argentinos a la categoría de privilegiados.
El gobierno peronista, inédito
en nuestro país a su vez, y en un movimiento que vuelve sobre sí mismo, la
demanda que se sostuvo desde el Estado fue fundamental para consolidar la
industria. La distribución de millones de juguetes en distintas y numerosas
ocasiones pero sobre todo para Navidad y Reyes, formó parte de las políticas
orientadas a mejorar la situación infantil y fue patrocinada fundamentalmente
por Eva Perón.
En un comienzo, antes de la creación de la Fundación de Ayuda Social, las licitaciones
para proveerse de los juguetes se realizaban a través del Ministerio de
Finanzas, por intermedio de la Dirección General de Suministros del Estado,
pero luego se realizaron directamente desde la Fundación. El reparto se llevaba
a cabo en su mayor parte a través del Correo Nacional, cuyas oficinas eran
utilizadas como sedes, pero las escuelas, los sindicatos y las comisarías
también tuvieron ese rol. Para acceder a los juguetes no había que provenir,
necesariamente, de una familia peronista, bastaba con retirar en la oficina de
Correos más próxima un vale que luego iba a ser canjeado en los lugares
destinados a tal fin. En todos los hogares-escuela, hospitales y guarderías del
país se repartían juguetes, incluida desde luego la Ciudad Infantil "Amanda
Allen". La residencia presidencial de Olivos cumplió, eventualmente, esa
función (mientras esperaban los niños solían bañarse en la piscina de las
instalaciones) y cada año Eva Perón u otras autoridades realizaban un acto
multitudinario.
A lo largo de ocho años -entre la Navidad de 1947 y Reyes de 1955- en cada
período de fiestas navideñas se repartieron entre dos y dos millones y medio de
juguetes, de importancia y calidad disímil: desde pequeños autitos de madera
hasta bicicletas. Cada pieza era identificada mediante una viñeta que llevaba
la imagen de Perón y Eva y la leyenda "Obsequio para nuestros queridos
descamisaditos". También había juguetes con inscripciones de fábrica:
"Fundación Eva Perón", "Recuerdo de Eva Perón" o
"Perón Cumple".
Las políticas que buscaban facilitar el acceso de los niños a estos artículos
no se circunscribieron a los repartos: a través de la Secretaría de Industria y
Comercio el gobierno dispuso que durante las fiestas de fin de año todas las
jugueterías del país ofrecieran para la venta juguetes "económicos".
La fabricación y distribución de esos juguetes fueron organizadas por la CAIJ.
Cada fabricante asociado tenía la obligación de cumplir con un cupo y el total
era distribuido entre los comerciantes minoristas quienes debían exponerlos
para su venta en una mesa especial, bien visible, con indicación de calidad y
precio. La cantidad de juguetes económicos disponibles en 1950, por ejemplo,
fue de 200.000, y de 320.000 el año siguiente. Hubo también resoluciones que operaron
en el nivel nacional (como la que eliminó el impuesto por artículo suntuario
que pagaban los juegos de sociedad), y que beneficiaron tanto a fabricantes
como a distribuidores y minoristas, de manera que fue posible conseguir mejores
precios en la comercialización de los juguetes y facilitar su compra por parte
de quienes tenían menores recursos.
Sin duda estas medidas favorecieron también a la industria juguetera porque
abrió nuevos canales de comercialización y amplió notablemente el segmento de
compradores potenciales. De todas maneras, creemos que el solo hecho de que el
Estado fuese el comprador principal implicó de por sí un gran impulso. Muchos
pequeños fabricantes se sostenían casi exclusivamente por ser proveedores del
Estado, o se consolidaron y expandieron gracias a la existencia de esa fuente
segura de recursos que se renovaba cada año. Se podría pensar que al cesar
estas facilidades, cuando el gobierno peronista fue derrocado, la industria
juguetera decayó. Sin embargo, después de 1955, más exactamente en los últimos
años de la década del cincuenta, comenzó su período dorado. La aparición de
nuevos materiales, como el plástico, que habrían de revolucionarla; el capital
adquirido luego de esos años de trabajo; el aprendizaje logrado a fuerza de
tener que responder a una demanda exigente; pero sobre todo un reconocimiento
de los juguetes como parte indispensable del bienestar infantil y una ya
arraigada práctica de comprarlos, fueron los pilares sobre los que se edificó
el segundo período de expansión de la industria juguetera en nuestro país.
En suma, durante el gobierno peronista se estableció una relación inédita entre
el Estado, la infancia y los juguetes. Por un lado se produjo un cambio radical
y definitivo con relación a estos últimos: se convirtieron en una presencia
cotidiana en la vida de los niños, instalando de allí en más la idea de que
ellos los necesitaban y tenían derecho a poseerlos. Por el otro, al ser
promovido por el mismo gobierno, el regalo hizo a esos niños destinatarios de
un legado político, en tanto iba acompañado de un discurso específico que
llegaba a través de mensajes radiales y de las mismas viñetas. Los niños fueron
incluidos, indudable e inevitablemente, en el proyecto nacional y su gratitud
tomó la forma de un deber cívico; fueron llamados a convertirse en la
vanguardia política del futuro -tal como Eva Perón subrayaba en muchos de sus
discursos- y los juguetes representaron ese derecho y ese deber. Las políticas
peronistas centradas en los repartos de juguetes estuvieron sometidas a esta
tensión constante entre los beneficios otorgados a una infancia que por primera
vez es interpelada como sujeto político, por tanto, capaz de convertirse en
continuadora de un proyecto nacional, y las prerrogativas provenientes de esos
mismos beneficios. La fuerza que los juguetes regalados tuvieron en la
conformación de un imaginario generacional, la indudable presencia de una carga
simbólica de la que era difícil sustraerse más allá del uso que se les diera al
jugar, pueden tener algo que decirnos sobre el trazado que delineó el mapa
político del país en las décadas siguientes. Porque... ¿cómo se olvida a quien
fue capaz de comprender el ansia que los inalcanzables juguetes de una vidriera
pueden despertar cuando uno es niño?
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