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viernes, 3 de junio de 2016

LOS JUGUETES ARGENTINOS

Primeros fabricantes de juguetes en Argentina.
TEXTO DE Daniela Pelegrinelli.

La industria de juguetes en nuestro país comenzó tímidamente en pequeños, y a veces precarios, talleres que fueron creciendo hasta dar origen, en los primeros años de la década de 1940, a una industria floreciente que se consolidó durante el primer y segundo peronismo. No sería aventurado afirmar que los rodados y los juguetes de cartón o papel inauguran la juguetería argentina, ya que una de las fábricas más antiguas de la que se tiene noticia es Bellotti Hnos, que producía remociclos y triciclos desde 1889. Algunos años después, en 1914, se funda la fábrica de rodados para niños La Automática, que ya en 1924 incorpora la fabricación de malcriados y muñecas. Durante las décadas de 1910 y 1920 los festejos de carnaval, tan esplendorosos como multitudinarios, incluían la demanda de artículos de papel y cartón siempre novedosos.

Hacia 1926 el italiano Ricardo Fazzini da inicio a su producción de caretas y artículos de cotillón que dieron lugar con el paso del tiempo a títeres, muñecos y dominguillos de papel maché de diseño absolutamente original. Si bien por esos años la mayoría de los juguetes que circulaban eran importados, los juegos de sociedad, por sus características, requerían de adaptaciones que alentaron su fabricación en el país. En 1931 el español Baqués Parera y sus dos hijos comenzaron a elaborar juegos con la marca Cascabel, sumándolos a su tradicional surtido de naipecitos de juguete. Pero ellos no son los únicos que comienzan a introducir en el mercado productos de papel y cartón de su propia factura hasta llegar a competir con los importados; tampoco son los únicos inmigrantes que incorporan a esta incipiente industria las técnicas y saberes que traen de sus países de origen.


En 1936, huyendo de Alemania, llega Guillermo Stadecker. Vuelca su experiencia como obrero en una fábrica de juguetes alemana en una línea de juegos de sociedad que sale al mercado el 1 de abril de 1937. Este primer juego, un rompecabezas con el mapa de Argentina, inaugura los Juegos Mundial. Ese mismo año, la imprenta y cartonería Casa Estanciero crea el Estanciero, versión vernácula del Monopoly, que constituye sin duda un símbolo de nuestro pasado latifundista.

Si bien rodados y juegos de sociedad parecen liderar los comienzos de esta industria, también se producen otros tipos de juguetes en la Argentina de principios del siglo XX. Ya en 1915 Carlos Morando moldeaba en pasta de papel maché unas muñecas negras que llegarían a ser las muy populares "negritas de Morando". Hacia fines de la década de 1930, tanto Pablo Frecero como los socios Manuel Sobreira y Fernando Ruiz Toranzo empiezan a fabricar muñecos utilizando pasta y género. El estallido de la Segunda Guerra y el nuevo escenario económico de sustitución de importaciones fomentan el crecimiento de la industria del juguete y da lugar a la consolidación de las fábricas existentes. En 1939 abre sus puertas Bebilandia, que no sólo producirá la Marilú argentina, sino también una amplia variedad de muñecas y bebés de pasta y papel maché.

Sin embargo, no todo son juguetes para niñas. Entre 1924 y 1935 la firma Giró y Dagá fabrican soldados de plomo semiplanos y macizos con la marca
Notifixis, y Moisés Belous, apenas llegado a nuestro país, en 1925, produce su larga serie de soldaditos Plombel. Hacia 1933, del taller que el ebanista Angel Guisado tenía en Flores salieron los primeros billares para niños. 

En 1935 la firma Matarazzo irrumpe en el mercado. Su notable organización comercial y la calidad de sus juguetes de hojalata litografiada la convierten en una de las más importantes de nuestra industria. A su variado surtido de productos agrega los de muchos pequeños fabricantes que distribuye en todo el país utilizando su propia flota de camiones y ampliando notablemente la presencia de juguetes en el interior. El volumen de producción de Matarazzo puede apreciarse al observar la cantidad de juguetes que han perdurado hasta nuestros días. También a mediados de la década de 1930, Manuel Hojman, cuya metalúrgica había sido fundada en 1906, lanza sus alcancías, calesitas y otros juguetes de chapa esmaltada y sin esmaltar. Estos juguetes -que con los años serían de hojalata litografiada y llevarían la marca OMA- han acompañado a varias generaciones de niños hasta el cierre de la fábrica, a principios de 1980.

Los primeros años de la década de 1940 preanuncian el crecimiento que esta industria habría de tener durante los siguientes quince años. 


Si bien durante la segunda mitad de la década de 1930 el proceso de sustitución de importaciones había acelerado el surgimiento de fábricas y de pequeños talleres, gran parte de los juguetes que circulaban en el país hasta 1940 seguían siendo extranjeros. La escasez de canales de distribución que abarcaran el territorio nacional y de comercios específicos que favorecieran las ventas durante todo el año -y no solo en el período de fiestas-, además, por supuesto, del precio, restringían el acceso a los juguetes de amplios sectores de la población. Recordemos que hasta aquel entonces los juguetes eran considerados artículos de excepción, aun de lujo, y no solían formar parte de la vida cotidiana de la mayoría de los niños.

Para que esto empiece a cambiar han de combinarse varios factores que alimentan una transformación paulatina aunque fundamental. Nuevas tendencias en la crianza y en el modo de concebir las necesidades infantiles se suman a la creciente disponibilidad de los juguetes mismos como consecuencia directa, entre otros motivos, del estallido de la Segunda Guerra Mundial. La disminución de juguetes importados en el mercado nacional permitió que la industria que venía desarrollándose en forma incipiente florezca y se expanda rápidamente entre 1940 y 1946. Este crecimiento se advierte en los datos de los Censos Industriales. En 1935 había 41 establecimientos dedicados a la fabricación de juguetes; para 1947, la cifra trepaba a 259: se habían sextuplicado respecto del total de fábricas del país.

En 1945 se funda la Cámara Argentina de la Industria del Juguete (CAIJ) que reúne tanto a industriales como a distribuidores y edita la revista Juguetes, publicación mensual con noticias, publicidad e información general del sector. Esta organización progresiva del gremio promueve la instauración de medidas legales específicas gracias a las cuales esta industria logra consolidarse. Los alcances de estos grandes cambios no tardaron en reflejarse en las vidrieras de tiendas, bazares y jugueterías. Bebilandia, la fábrica creada por Alicia Larguía para suplir a la Marilú que ya no conseguía importar, inicia una larga y variada producción de muñecas de todo tipo en la que también se destaca Bubilay. A principios de 1940, FACI (Fábrica Argentina de Celulosa Industrializada), la firma de los hermanos Carlos y Roberto Manso y Alberto Picot promociona intensivamente sus malcriados Cholito y Cholita. En la ciudad de Mercedes, Arturo Chillida y su familia elaboran refinados malcriados y bebés, así como también un gran surtido de piezas sueltas para abastecer a las clínicas de muñecas de todo el país. En 1944 nace Famil, una de las fábricas más pródigas de la época, puesto que llegó a ofrecer hasta 250 modelos de muñecas resistentes y livianas elaboradas en pasta de aserrín prensado. 

Es también en estos primeros años de 1940 cuando alcanzan fuerte presencia en el mercado los singulares autos y camiones de madera desarmables El Pibe, producidos en el taller de tornería mecánica que Curvenaldo Laratro había establecido diez años antes. Hacia 1942, Loreto Ranalletta, Vicente Carrino y Francisco Bercesi manufacturan caretas de papel maché y juguetes en un pequeño taller de La Plata, que se transforma rápidamente en IJA (Industrial Juguetera Argentina) y llegó a contar con una importante línea de muñecas de pasta.Por otra parte, durante la primera mitad de la década Enrique Iaffe y Alfredo Pinner desarrollan una amplia gama de juguetes de metal, madera, papel y cartón con sus marcas: Kip Metal, El Chiche, La Victoria, Pinplast y María Antonieta. 

En 1942 Sergio Timone concibe El Cerebro Mágico, lo produce con Balbachán, a quien finalmente lo vende; luego se asocia a Ema del Giorgio para fundar Bili, de donde surge uno de los muñecos más encantadores de nuestra industria: el Bebé Bili.

En el mundo de las miniaturas de plomo, irrumpe en 1944 uno de los juguetes clásicos del período: la autóctona Granja de Don Fabián, creada por Ezio Guggiari para su marca EG Toys. 

En 1945, la firma rosarina Herchamet dio origen a la marca Uno. Sus camiones y autos de madera desarmables conjugan, al igual que los ya mencionados de El Pibe, un alto nivel de resolución técnica, excelente factura y diseño.

Mientras tanto Matarazzo instala depósitos en el interior y mediante una agresiva política de comercialización --que se verá favorecida por ciertas regulaciones del gobierno, como la que obligaba a los comercios en época de fiestas a disponer de "juguetes económicos"-- llega hasta los lugares más remotos del país. 

En 1946 tiene lugar un hecho inédito: el gobierno peronista establece, como parte de las políticas destinadas a la infancia, el reparto masivo de juguetes. Los juguetes entran por primera vez en muchos hogares, y la demanda estatal que se renueva cada año impulsa el desarrollo de la industria. 

Este vínculo fundacional entre políticas públicas, infancia y juguetes promovió, como sabemos, a los niños argentinos a la categoría de privilegiados.


Anteriormente nos referimos al nivel de desarrollo y estructura productiva que había alcanzado la industria juguetera hacia 1946. Ése fue el sustrato tecnológico que hizo posible el reparto de juguetes llevado a cabo por el gobierno peronista, inédito en nuestro país en cuanto a sus alcances. A su vez, y en un movimiento que vuelve sobre sí mismo, la demanda que se sostuvo desde el Estado fue fundamental para consolidar la industria. La distribución de millones de juguetes en distintas y numerosas ocasiones pero sobre todo para Navidad y Reyes, formó parte de las políticas orientadas a mejorar la situación infantil y fue patrocinada fundamentalmente por Eva Perón.

En un comienzo, antes de la creación de la Fundación de Ayuda Social, las licitaciones para proveerse de los juguetes se realizaban a través del Ministerio de Finanzas, por intermedio de la Dirección General de Suministros del Estado, pero luego se realizaron directamente desde la Fundación. El reparto se llevaba a cabo en su mayor parte a través del Correo Nacional, cuyas oficinas eran utilizadas como sedes, pero las escuelas, los sindicatos y las comisarías también tuvieron ese rol. Para acceder a los juguetes no había que provenir, necesariamente, de una familia peronista, bastaba con retirar en la oficina de Correos más próxima un vale que luego iba a ser canjeado en los lugares destinados a tal fin. En todos los hogares-escuela, hospitales y guarderías del país se repartían juguetes, incluida desde luego la Ciudad Infantil "Amanda Allen". La residencia presidencial de Olivos cumplió, eventualmente, esa función (mientras esperaban los niños solían bañarse en la piscina de las instalaciones) y cada año Eva Perón u otras autoridades realizaban un acto multitudinario. 

A lo largo de ocho años -entre la Navidad de 1947 y Reyes de 1955- en cada período de fiestas navideñas se repartieron entre dos y dos millones y medio de juguetes, de importancia y calidad disímil: desde pequeños autitos de madera hasta bicicletas. Cada pieza era identificada mediante una viñeta que llevaba la imagen de Perón y Eva y la leyenda "Obsequio para nuestros queridos descamisaditos". También había juguetes con inscripciones de fábrica: "Fundación Eva Perón", "Recuerdo de Eva Perón" o "Perón Cumple". 

Las políticas que buscaban facilitar el acceso de los niños a estos artículos no se circunscribieron a los repartos: a través de la Secretaría de Industria y Comercio el gobierno dispuso que durante las fiestas de fin de año todas las jugueterías del país ofrecieran para la venta juguetes "económicos". La fabricación y distribución de esos juguetes fueron organizadas por la CAIJ. Cada fabricante asociado tenía la obligación de cumplir con un cupo y el total era distribuido entre los comerciantes minoristas quienes debían exponerlos para su venta en una mesa especial, bien visible, con indicación de calidad y precio. La cantidad de juguetes económicos disponibles en 1950, por ejemplo, fue de 200.000, y de 320.000 el año siguiente. Hubo también resoluciones que operaron en el nivel nacional (como la que eliminó el impuesto por artículo suntuario que pagaban los juegos de sociedad), y que beneficiaron tanto a fabricantes como a distribuidores y minoristas, de manera que fue posible conseguir mejores precios en la comercialización de los juguetes y facilitar su compra por parte de quienes tenían menores recursos.

Sin duda estas medidas favorecieron también a la industria juguetera porque abrió nuevos canales de comercialización y amplió notablemente el segmento de compradores potenciales. De todas maneras, creemos que el solo hecho de que el Estado fuese el comprador principal implicó de por sí un gran impulso. Muchos pequeños fabricantes se sostenían casi exclusivamente por ser proveedores del Estado, o se consolidaron y expandieron gracias a la existencia de esa fuente segura de recursos que se renovaba cada año. Se podría pensar que al cesar estas facilidades, cuando el gobierno peronista fue derrocado, la industria juguetera decayó. Sin embargo, después de 1955, más exactamente en los últimos años de la década del cincuenta, comenzó su período dorado. La aparición de nuevos materiales, como el plástico, que habrían de revolucionarla; el capital adquirido luego de esos años de trabajo; el aprendizaje logrado a fuerza de tener que responder a una demanda exigente; pero sobre todo un reconocimiento de los juguetes como parte indispensable del bienestar infantil y una ya arraigada práctica de comprarlos, fueron los pilares sobre los que se edificó el segundo período de expansión de la industria juguetera en nuestro país.

En suma, durante el gobierno peronista se estableció una relación inédita entre el Estado, la infancia y los juguetes. Por un lado se produjo un cambio radical y definitivo con relación a estos últimos: se convirtieron en una presencia cotidiana en la vida de los niños, instalando de allí en más la idea de que ellos los necesitaban y tenían derecho a poseerlos. Por el otro, al ser promovido por el mismo gobierno, el regalo hizo a esos niños destinatarios de un legado político, en tanto iba acompañado de un discurso específico que llegaba a través de mensajes radiales y de las mismas viñetas. Los niños fueron incluidos, indudable e inevitablemente, en el proyecto nacional y su gratitud tomó la forma de un deber cívico; fueron llamados a convertirse en la vanguardia política del futuro -tal como Eva Perón subrayaba en muchos de sus discursos- y los juguetes representaron ese derecho y ese deber. Las políticas peronistas centradas en los repartos de juguetes estuvieron sometidas a esta tensión constante entre los beneficios otorgados a una infancia que por primera vez es interpelada como sujeto político, por tanto, capaz de convertirse en continuadora de un proyecto nacional, y las prerrogativas provenientes de esos mismos beneficios. La fuerza que los juguetes regalados tuvieron en la conformación de un imaginario generacional, la indudable presencia de una carga simbólica de la que era difícil sustraerse más allá del uso que se les diera al jugar, pueden tener algo que decirnos sobre el trazado que delineó el mapa político del país en las décadas siguientes. Porque... ¿cómo se olvida a quien fue capaz de comprender el ansia que los inalcanzables juguetes de una vidriera pueden despertar cuando uno es niño?




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